Lo contaba mi abuelo
Antero a mi madre Cristina cuando tenía 9 años (1956) en un viaje que hicieron a Segovia.
“Me contaba mi padre que
a la vez le habían contado a él cuando era pequeño por qué en Segovia faltan
dos de los sillares del acueducto y están en Brea. A la salida del pueblo se
ven [veían, los quitaron al hacer la ampliación de la carretera] dos piedras
grandes a cada lado del camino de un pedernal fuerte, llamados los pendientes
del diablo [al paraje se le denomina así a pesar de la desaparición de las
emblemáticas piedras].
Hace muchos, muchísimos
años, cuando los romanos estaban en España, ellos eran muy aficionados hacer
grandes obras, circos, teatros, anfiteatros, y una de las obras era hacer un acueducto para
transportar el agua desde el río a la ciudad. Por aquel entonces no había ni
grúas ni camiones y la piedra la tenían que transportar a mano. Y resulta que
ya estaban los soldados hartos de llevar piedras de allá para acá y duro que te
pego, pero les mandaron a un general o centurión, para obligarles a por más
piedras y por más que les mandaban pues no llevaban toda la necesaria,
necesitaban tanta que ya tenían que ir lejos a por ella, fíjate si sería lejos
que pasaban por aquí (Brea).
Estaba el centurión una
noche sentado a la puerta de su casa cuando se le apareció el diablo Sisebuto y
le dijo: - ¿Qué te pasa que andas tan cabizbajo?
A lo que el centurión
contestó: - Me han mandado construir un acueducto en Segovia y mis soldados se
ha revelado y no quieren trabajar, y si no lo construyo me van a decapitar.
- Yo te lo puedo
construir en una noche-
-- ¿qué me pides a
cambio?
- Tu alma. Yo construyo
el acueducto en una noche y tu me das tu alma.
El centurión le dijo que
no, que no le podía entregar su alma y el soldado se fue. A la noche siguiente
estaba otra vez el centurión pensativo y volvió a aparecer de nuevo el diablo
Sisebuto ofreciéndole el mismo trato. Esta vez se lo pensó un poco más el
centurión y le dijo que tendría que ver cómo pasaba el agua por encima del
puente para hacer el trato, y esta vez fue el diablo el que no aceptó.
Llegó la tercera noche y
el centurión estaba tan desesperado que finalmente aceptó el trato quedando en
que no le tendría que entregar el alma al diablo si no lo tenía terminado en
una noche, concretamente antes de la salida del sol del día siguiente. Contento
con el triunfo que iba a conseguir Sisebuto al quedarse con el alma del romano,
se fue el diablo al infierno y reunió a todos los diablillos y les dijo:
-Hemos de construir un
acueducto en Segovia en una noche, por lo que necesito de todos vosotros para
traer y tallar las piedras de toda cantera abierta.
A los diablos no les
gustaba mucho el trato, pero sabían que no tenían más remedio que obedecer.
Cuando llegó la noche cada grupo de diablos fue a buscar las piedras a la
cantera que conocían, los más espabilados se llevaron la piedra de la cantera
más cercana y fueron mandando a los más ignorantes a las más lejanas,
recomendándoles que estuviesen en Segovia con las piedras antes del amanecer
porque no podían trabajar de día.
A un diablillo menos
espabilado le fueron dejando el último para que llevara las piedras y viendo el
pobre que se le hacía tarde cogió dos piedras que había sin tallar ni nada y
con una en cada mano salió corriendo hacia Segovia, pero como pesaban mucho y
de vez en cuanto tenía que parar a descansar, retrasándose en su viaje.
Ya había pasado mi pueblo
y había subido la cuesta desde donde se divisa la Sierra de Altomira cuando
detrás de los cerros vio salir los primeros rayos del sol y Sisabuto dijo:
- ¡Canto queda! Y donde
le pilló la frase al diablillo soltó las enormes piedras y echó a correr hasta
que llegó al infierno. Y así fue como quedaron en mi pueblo las dos piedras que
faltan en el Acueducto de Segovia, y el diablo no se puedo llevar el alma del romano,
porque no había cumplido el trato de tenerlo terminado antes del amanecer”.
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