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viernes, 15 de marzo de 2013

La cabra de los montes carrascales

Marcela le contaba a Cristina este cuento en Brea de Tajo:
"Había una vez una familia compuesta por el padre, que era labrador, la madre y siete hijos entre niños y niñas.
Un día que iban a comer al ver que no quedaba vino en la jarra dijo el padre a la hija mayor:
-Coge la jarra y baja a la cueva a por vino para servirlo en la comida.
La hija cogió la jarra y bajó a la cueva pero nada mas abrir la puerta vio una cabra enorme con los pelos del lomo erizados que le dijo:
- Yo soy la cabra de los montes Carrascales que se comió cien capitales y tambien te comere a ti.
Abrió la boca y de un bocado se tragó a la chica. Como tardaba en subir dijo el padre al hijo mediano:
- Baja a la cueva y dile a tu hermana, que se habrá entretenido con una musaraña, que el vino es para hoy y la estamos esperando para comer.
Bajó el segundo hijo a la cueva y nada más abrir la puerta le vio a la cabra que le dijo:
-Yo soy la cabra de los montes Carrascales que se comió cien capitales, a tu hermana y tambien te comeré a ti.
Abrió la boca y entero se lo tragó. Como tardaban los dos chicos el padre mandó al tercero.
-Baja a la cueva y les dices a tus hermanos, que seguramente están hablando de cualquier tontería y no se acuerdan que el vino es para comer, que como tenga yo que bajar se van a enterar.
El tercero de los hijos fue a la cueva como le mandó su padre y al abrir la puerta, la cabra, al igual que a sus hermanos, le dijo:
-Yo soy la cabra de los montes Carrascales que se comió cien capitales, a tus dos hermanos y también te comeré a ti.
Y también se lo comió.
Así uno tras otro el padre fue mandando a todos sus hijos a la cueva a por el vino y uno a uno se los fue comiendo la cabra .
Como ya no le quedaban hijos que mandar a por el vino muy enfadado porque no subian bajó él a la cueva y también al abrir la puerta la cabra le dijo:
-Yo soy la cabra de los montes Carrascales que se comió cien capitales, a todos tus hijos y también te comeré a ti.
El padre más rápido que los hijos cerró la puerta y la cabra no se lo pudo comer.
Cuando subió a la casa  le contó a su mujer por qué no subían los chicos con el vino y fue a buscar la escopeta para matar a la cabra pero su mujer llorando le dijo:
-No puedes disparar a la cabra porque matarás a nuestros hijos que los tiene dentro de la tripa.
Estaban los dos llorando amargamente cuando vieron pasar una hormiga que al verlos llorar con tal desconsuelo les preguntó.
-¿Por qué llorais tan desconsoladamente?
-Porque tenemos en la cueva a la cabra de los montes Carrascales que se comió cien capitales, a nuestros hijos, y también nos quiere comer a nosotros y no sabemos cómo matarla sin que mueran nuestro hijos también.
Dijo la hormiga:
-Si es por eso no os preocupéis. Yo lo solucionaré fácilmente, me subiré por la pata hasta llegar a su culo y allí bailando, bailando la haré rabiar.
Así lo hizo la homiga, se puso a bailar en el culo de la cabra produciéndola tal picor que la cabra estaba que rabiaba por no poder rascarse con ninguna pata, de tal manera que reventó de rabia saliendo los hijos del labrador felices y contentos.
¡Qué alegría tenían todos cantando y bailando alrededoar de la hormiga!
El padre en agradecimiento le dijo a la homiga que pidiera lo que quisiera que se lo pagaría por el favor tan grande recibido al salvar a sus hijos. La homiga no quería nada pero el padre la quiso obsequiar con diez fanegas de trigo a lo que la hormiga avergonzada le dijo:
-¡Ay! no, no. Mi molinito no muele tanto, mi costalito no cabe tanto.
Entonces el labrador le ofreció una fanega y la hormiga volvió a repetir.
-No, no. Mi molinito no muele tanto, mi costalito no cabe tanto.
El labrador le fue ofreciendo cada vez una medida menor, media fanega, una cuartlla, un celemín... y la hormiga siempre decia lo mismo:
- No, no. Mi molinito no muele tanto, mi costalito no cabe tanto.
Asi fueron bajando bajando hasta que el labrador le ofreció un solo grano  de trigo y esta vez la hormiga aceptó el pago del labrador, cargó con el grano de trigo y se fue con él tan contenta a su homiguero dejando al labrador y a su familia que desde entonces fueron felices y comieron perdices con el vino que subían de la cueva en la que ya no estaba la cabra de los montes Carrascales."

miércoles, 20 de febrero de 2013

Los siete cabritillos


Versión que me contaba mi madre Cristina cuando era pequeña, y que aún hoy cuando me lo cuenta me inquieto por el lobo, los cabritos, el pan y hasta por el molinero.


"Había una vez una madre cabra que tenía siete cabritos, y un día les dijo:
-Venid hijos míos que tengo que mandaros un recado, que yo me tengo que ir a hacer el pan.
Vinieron los siete cabritos, se pusieron alrededor de ella y les dijo:
-Mira yo me tengo que ir a hacer el pan, pero si viene alguien llamando, ¡no le abráis! Porque puede ser el lobo y os puede comer.
Entonces los cabritos dijeron:
-No mamá, no abrimos a nadie. Ya verás cómo no, ya verás como no abrimos a nadie.
Se fue la cabra a hacer el pan, al horno, y de pronto, el lobo que estaba al acecho de cuándo se iba la cabra, llegó llamando:
Pum, Pum, Pum.
-¿Quién es? –dijeron los cabritos.
Y dijo el lobo: -Soy vuestra madre, abrid hijos míos que soy vuestra madre.
Y dicen los cabritos: -No, no, nuestra mamá tiene la voz muy fina, y tú la tienes muy ronca.
El lobo, todo enfadado, se fue corriendo corriendo, y se fue a una huevería y se comió muchas docenas de huevos para que se le aclarase la voz. Y llegó otra vez a casa de los cabritos y dijo:
-Abrid hijos míos que soy vuestra madre.
Y los cabritos dijeron: -No, no, no eres nuestra mamá, porque hueles muy mal, y nuestra mamá huele muy bien.
Y el lobo todo enfadado:- Ahhhh, no me van a abrir la puerta…
Y se fue a una perfumería y dice: -Venga échame muchas colonias, que yo huela bien.
Y lo echaron mucha colonia, y se fue otra vez a la casa de los cabritos
-Pum, pum
-¿quién es?
-Abrid hijos míos, que soy vuestra mamá.
Y los cabritos, se juntaron para hablar y se preguntaban: -¿será nuestra mamá? Porque huele bien y ya no tiene la voz ronca, pues a lo mejor es nuestra mamá. Y dice uno de los cabritos: -pues vamos a decir que nos enseñe una patita, y si es blanca es nuestra mamá y si no, pues no es nuestra mamá.
-Pues enséñanos una patita.
Y por debajo de la puerta el lobo metió la pata.
- No, que la tienes muy negra, ¡y nuestra mamá la tiene blanca!
Y el lobo todo enfadado: -Ahhhhg, que no voy a podérmelos comer. Estos cabritos son muy listos. Y se fue al molinero y le dijo: -Venga échame aquí un montón de sacos de harina, que se me pongan las patas blancas.
Y se le pusieron las patas blancas y fue otra vez:
-Abrid hijos míos que soy vuestra mamá.
Y ya dijeron los cabritos: pues a lo mejor ya ha terminado nuestra mamá de hacer el pan, vamos a abrirla, y se pusieron a deliberar. ¿será nuestra mamá no será nuestra mamá?. Uno de ellos dice: yo creo que ya sí es nuestra mamá. Y “pimba” abrieron la puerta. ¡Ay, cuando vieron que era el lobo! ¡Madre mía qué susto! Uno se escondió detrás de la mesa; otro detrás de una silla; otro detrás de una puerta; otros se metieron detrás de la leña del fuego; y el más chiquitito se metió en la caja del reloj. Entonces el lobo los fue buscando, y uno a uno ¡Agghhum! Se los zámpaba; ¡Agghhum! Se los zámpaba; Pero al más chiquitito no le vio porque como estaba escondido en la caja del reloj, pues estaba por detrás y no le vio. Y ya se fue diciendo: Bahhh, que me he reído de ellos ¡cuándo venga su madre, vas a ver cómo se va a poner! Pero yo me he comido a los cabritos.
Y se fue corriendo, corriendo a echarse la siesta. Llegó debajo de un nogal y se tumbó a echarse la siesta. En esto que terminó la cabra de hacer el pan y se fue a ver a los cabritos y llegó y vio la puerta abierta:
-¡Ay, mis hijitos, mis hijitos, que se los ha comido el lobo! ¡Si les he dicho que no abrieran la puerta! ¡ay mis hijitos!
Y empezó a llorar. Entonces, el que estaba en la caja del reloj, ya la sintió que era su mamá, se asomó un poquito y vio que sí, que era su madre. Salió de un salto:
-Ay, mamá, que a los hermanitos se los ha comido el lobo. Estaban aquí y nos ha engañado, primero nos ha dicho que eras tú y luego resulta que no era, se ha echado harina y colonia y nos ha engañado. ¿y qué vamos a hacer?
Dijo la madre:- Pues vamos a buscar a ver a dónde está. Porque seguro que como ha comido tanto, tiene ganas de dormir la siesta. Vamos a buscarle.
Y se fueron a buscarle, y le vieron debajo del nogal que había muy grande, muy grande. Y dice la mamá: -Vamos a casa que vamos a hacer una cosa.
Cogieron unas tijeras, cogieron una aguja y mucho hilo. Y entonces cogieron las tijeras y según estaba el lobo durmiendo, porque tenía tanto sueño después de comerse tantos cabritos y estaba tan pesaroso de todo lo que había comido, como cuando comemos nosotros mucho, que nos ponemos así tan pesaos, pues así, que en vez de irse a dar un paseo se echó la siesta; la cabra cogió las tijeras y ras, ras, ras, ras, le abrieron las tripas, y le mandó al otro cabrito que trajera todas las piedras grandes que encontrase por allí, y el cabrito se las fue trayendo mientras ella abría la tripa del lobo y salían todos los cabritos, contentos y felices, y la madre dijo: - shiiii, no hagáis ruido, no chilléis para que no se despierte el lobo.
Y todas las piedras que fueron recogiendo cada uno, que ya fueron los otros cabritos a recoger piedras, se las metieron al lobo en la tripa, y le cosieron la tripa con el hilo para que no se le salieran las piedras, y ellos corriendo se fueron a su casa. Y el lobo ¿qué hizo cuando se despertó de la siesta? Se despertó y dice: -oh, qué pesadez de tripa tengo, estos cabritos, no me están dejando hacer la digestión, voy a beber agua al río, que tengo mucha sed.
Y como llevaba las piedras en la tripa, fue a agacharse a beber agua al río; las piedras se le amontonaron hacia delante y se cayó al río y se ahogó. Y los cabritos vivieron felices con su mamá y comieron… hierba, porque perdices ¡no! Y pan del que había hecho la cabra. Y colorín colorado este cuento se ha terminado."

martes, 19 de febrero de 2013

¡Canta, zurrón, canta!

De este cuento tradicional nos hemos encontrado en el taller con tres versiones distintas y todas muy interesantes. Os transcribimos la versión más larga, la de Oti, y luego las otras variantes.


"[Había una vez] una niña a la que su madre le había comprado unos zapatitos de charol, muy bonitos, muy brillantes. Y entonces por la mañana cogió y se puso los zapatitos, y su madre le dijo "oye, tienes que ir a buscar agua a la fuente, pero no vayas con esos zapatos que se te van a manchar", y dice "ay no no, mamá, yo tengo que ir con estos zapatitos negros de charol, no te preocupes que no me los mancharé". Bueno, la niña se puso sus zapatitos negros de charol y se fue a la fuente. Y cuando llegó a la fuente, para coger el agua, cogió los zapatos y se los dejó en una piedrecita que había allí. Entonces, cuando terminó de coger el agua se fue para su casa y se le olvidaron los zapatos. Cuando llegó a casa y se dio cuenta de que no llevaba zapatos se volvió a la fuente, pero resulta que había un viejo allí con un zurrón, [el viejo] había visto los zapatos y los había metido en el zurrón. Entonces cuando llegó la niña empezó a llorar y a llorar, y le dice "¿qué te pasa, niña?" y le dice "que he perdido mis zapatos negros de charol, que los había estrenado, me los ha comprado mi mamá". Dice "no te preocupes que yo seguro que sé dónde están", abre el zurrón y dice "¡mira, mira!, mira en el fondo de este zurrón". Y entonces, en ese momento en el que la niña se asomó, ¡raca!, la metió en el zurrón, la ató fuerte [y se dio cuenta que] con la niña dentro del zurrón, haciendo como que éste cantaba, podía sacar dinero. Y entonces se fue por las plazas de los pueblos y cuando llegaba a la plaza le decía a la niña "yo, cuando te diga, tú cantas". Y entonces llegaba a la plaza, cogía un palo y decía "¡canta, zurrón, canta!, que si no ¡te doy con la palanca!", y entonces la niña empezaba:
"en un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré,
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé."
Cuando terminaba el espectáculo le daban mucho dinero, y luego se iba a otro pueblo y lo mismo: llegaba a la plaza, ponía el zurrón en medio de la plaza [y anunciaba a grandes voces] "¡el zurrón encantado, el zurrón encantado!", entonces cogía el palo y decía "¡canta, zurrón, canta!, que si no ¡te doy con la palanca!", y entonces empezaba la niña:
"en un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré, 
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé."
Claro, la gente se pensaba que el saco estaba encantado y ¡venga dinero, venga dinero!, [el hombre fue con el zurrón] por muchos pueblos y ya había ganado muchísimo dinero y era muy rico [pero seguía yendo de un pueblo a otro] y se le olvidó y en uno de esos recorridos volvió al pueblo donde había encontrado y cogido a la niña. Entonces estaba en la plaza e hizo el mismo espectáculo "¡el zurrón encantado!, señoras y señores, ¡el zurrón encantado!", entonces cogía el palo y decía "¡canta, zurrón, canta!, que si no ¡te doy con la palanca!", y entonces empezaba la niña:
"en un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré, 
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé."
Así una y otra y otra vez pero [como] estaba en el pueblo [de la niña] una señora que tenía una posada reconoció la voz de la niña y dijo "uy, yo juraría que esa es la voz de la niña que desapareció en la fuente... bueno, me voy a acercar al señor encantador del zurrón". Dice "¡oiga!, mire, como me ha gustado tanto el espectáculo le invito a que pase la noche en mi casa y a que cene usted y le daré vino y de todo". Total que el hombre, como estaba cansado se fue allí a comer y a dormir y la señora de la posada le dio vino y venga vino y venga vino... hasta que ya cogió una cogorza que claro, se fue a dormir y [se olvidó] del zurrón allí [en el comedor]. Entonces la señora aprovechó, desató el zurrón y, efectivamente, descubrió que era la niña. Cogió a la niña, le puso los zapatos, y la llevó a su casa. Y en el saco metió pues, de todo lo peor: bichos desagradables, serpientes, salamandras... con todos los bichos repugnantes llenó el saco.
A la mañana siguiente el señor se levantó con un dolor de cabeza, fatal, pero bueno, como era tan ambicioso se dijo: "yo tengo que coger el saco, e irme por los pueblos otra vez..." [así que cogió el zurrón, se marchó de aquel lugar y fue hasta otro pueblo]. Entonces cuando llegó a otro pueblo puso el zurrón en medio de la plaza y empezó "¡bueno, señoras y señores!, ¡el zurrón encantado!, ¡vengan y vean el zurrón encantado!", y entonces cogió el palo y empezó "¡canta, zurrón, canta!, que si no ¡te doy con la palanca!", y el zurrón que no cantaba. "¡Canta, zurrón, canta!, que si no ¡te doy con la palanca!" y nada, el zurrón que seguía sin cantar. Y ya por último "¡¡canta, zurrón, canta!!, que si no ¡¡te doy con la palanca!!" y ya no se conformó con decirlo sino que pegó al zurrón, el zurrón se rompió y empezaron a salir todas las fieras, le engancharon de la nariz, le mordieron en la boca, en las piernas... bueno, le dejaron hecho un cristo y se tuvo que marchar de esos pueblos, y la niña vivió feliz con su mamá. Y colorín colorado, este cuento, se ha acabado".

::o::

Ahora Mercedes nos cuenta las diferencias que hay con respecto a la versión que le contaba su tío.


"El cuento es muy parecido lo que pasa es que a la niña le regalan un anillito de oro [en vez de unos zapatos]. Entonces la historia es que le dicen "no te lleves el anillo de oro a jugar a la calle" y la niña no hace caso, lógicamente, y se va con su anillito de oro a la calle a coger moras y se dijo "para no perderlo, lo dejo colgado en una rama de un moral". Entonces le pasa igual: llega la noche, se tiene que marchar, se va corriendo y se da cuenta de que se ha olvidado el anillo. Vuelve a por el anillo, y el anillo no está. [Pero quien sí está es] el hombre del zurrón. Lo mismo, llora desconsolada y le dice pasa pasa a ver si está [el anillo en el zurrón, y cuando la niña se asoma el hombre] ¡cierra el saco! Entonces igual, el hombre va con el saco, con el zurrón, pero éste le dice: "¡canta, perrita, canta! que si no ¡te doy con la palanca!", y la niña cantaba la canción:
"Por un anillito de oro,
que en el moral me dejé,
por mi padre y por mi madre,
en el zurrón moriré."
Y así, pueblo tras pueblo, pueblo tras pueblo, hasta que llega, olvidándose de que [allí había raptado a la niña], al mismo pueblo. Y oyen la canción. Y la oye su madre. Entonces su madre dice "ay mi niña, mi niña que ha vuelto", y va corriendo y le dice "mire buen hombre, que me imagino que estará usted muy cansado y que tendrá ganas de descansar y yo le ofrezco una casa, o si quiere ir a por tabaco, no se preocupe que yo le guardo aquí el saco". Y el hombre dice "pero ni se le ocurra abrir el saco" [y la madre responde] "no, no, no, ¡yo qué voy a abrir el saco!, usted déjeme aquí las cosas y estése tranquilo". En cuanto sale el hombre, que se va a comprar tabaco, la madre abre el saco y allí estaba su niña, la abraza con locura y mete todas las alimañas. El hombre regresa, coge su saco "muchas gracias señora", se marcha [a otro pueblo y cuando llega dice] "¡canta, perrita, canta! que si no ¡te doy con la palanca!", pero no se oía nada, "¡canta, perrita, canta! que si no ¡te doy con la palanca!" [y como sigue sin cantar el zurrón] empieza a dar palos como un loco y dice "uy dios mío que me he cargado ahora a la niña, ¿qué hago, qué hago?", cogió el saco, lo tiró a un río, ahí se abrió el saco y salieron las serpientes, los sapos... y el hombre desapareció porque pensaba que había cometido un crimen y no se volvió a saber nunca más de él. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado."

::o::

En Brea de Tajo la versión del cuento ocurre con un rosarito de oro, aunque la estructura del cuento es parecida a la que cuenta Oti, cambia coplilla que cantaba el zurrón, que era:


"Por un rosarito de oro
que el zarzal me dejé
En un zurrón me metieron
Y él moriré, moriré, moriré."


Puedes encontrar una versión arquetípica de este cuento en el libro de Antonio Rodríguez Almodóvar, Cuentos al amor de la lumbre, vol. II, ed. Anaya, cuento nº 62, "El zurrón que cantaba".

lunes, 18 de febrero de 2013

Cuento de la mujer que nunca tenía hambre

Este cuento nos lo contaba mi abuela Soledad y mi madre Sagrario a mi y a mis hermanos.
Sagrario Martinez Arroyo, de Moratilla de los Meleros (Guadalajara)


[El texto no está transcrito, lo envió Sagrario escrito por ella]

Érase una vez un matrimonio que no tenía hijos.
El marido era pastor, se iba al campo por la mañana temprano con las ovejas y volvía al caer la tarde.
La mujer se ocupaba de las cosas de la casa.
Cuando llegaba el marido, por la noche, siempre venía con mucha hambre.
Su mujer le preparaba la cena, pero ella nunca cenaba, porque decía que no tenía hambre.
Todos los días igual, y el pastor estaba un poco preocupado y mosqueado, porque nunca veía comer a su mujer, y ella estaba cada día más gorda. No se lo podía explicar.
Un día se levanto temprano y pensando en que algo raro ocurría, decidió esconderse para averiguar qué estaba pasando.
En vez de ir al campo, se escondió detrás de la alacena, desde allí se enteraría de todo.
La mujer se levanto y dijo:
“¡Qué hambre tengo! pero ¡qué hambre tengo!
¿Qué me comería yo? ¿Qué me comería yo?
Ya lo sé, me voy a preparar un chocolatito espesito, espesito”.
 Y así lo hizo se preparo un chocolate bien espesito y se lo comió.
Siguió haciendo las tareas de la casa. Pero a media mañana, volvió a decir:
“¡Parece que tengo hambre otra vez!
¿Qué me comería yo, qué me comería yo?
Ya lo sé, me voy a preparar una tortilla de seis huevos”.
 Se preparo una tortilla, reciencita, reciencita y se la comió.
Siguió con las faenas de la casa y al llegar el mediodía dijo:
“¡Uy! ¡Parece que tengo hambre otra vez!
¿Qué me comería yo, qué me comería yo?
Ya lo sé, saldré al corral y cogeré un pollo y me lo asaré”.
 Así lo hizo, aso el pollo y se lo comió ella sola entero.
Al llegar la noche, su marido la pregunto que cómo había pasado el día. Ella le contestó que muy aburrida, que no había hecho gran cosa. Ya le tenía la cena preparada, pero ella no iba a cenar porque no tenía hambre.
La mujer  le pregunto a su marido que qué tal le había ido el día y el hombre le contesto:
“Esta mañana cuando me fui temprano, había una nieblecita, tan espesita, tan espesita, como el chocolate que te has desayunado; y si no me arrimo a una pared tan reciencita, tan reciencita como la tortilla que te has almorzado, estoy más muerto que el pollo que te has comido...”

Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y colorín colorete este cuento se fue a Escopete y de Escopete al Pozo, para que no se lo aprenda ningún mocoso...

domingo, 17 de febrero de 2013

Los animales cantores

Sagrario Martínez nos cuenta el cuento de Los animales cantores, una variante de Los músicos de Bremen que le contaban en casa cuando era niña (de Moratilla de los Meleros, Guadalajara).


[El texto no está transcrito, lo envió Sagrario escrito por ella]
"Érase una vez un burro, que era muy viejo, no podía llevar la carga, no valía para trabajar y ya no lo querían. Lo iban a matar.
Entonces por la noche, se escapó, se marchó de la granja y se puso a andar por el camino.
Al día siguiente se encontró con un perro, y le pregunto que adónde iba él solo. El perro le contestó, que se había marchado porque le iban a matar, ya era viejo, no tenía dientes y no servía para la caza.
El burro le dijo, que viajarían juntos.
Andando por el camino se encuentran a un gato, que les contó que se había marchado de su casa porque ya no servía ni para cazaba ratones. Se une al burro y al perro.
Así siguen andando el burro, el perro y el gato. Y se encuentran a un gallo, que les dice que se ha escapado de casa.
Pero si tú no eres viejo ¿porqué te has escapado?
Éste les contesta que porque era el cumpleaños del ama y le iban a matar.
Los cuatro juntos van andando, se hace de noche, están cansados y hambrientos.
Ven a lo lejos una casa abandonada.
Pero al acercarse, escuchan voces, se oyen ruidos.
Como no pueden ver lo que hay dentro deciden ponerse uno encima del otro haciendo escalera, el burro primero, en él se sube el perro, en el perro, el gato, y encima del gato, el gallo.
Se asoman por la ventana y ven que hay unos ladrones, comiendo y repartiendo lo que han robado.
Piensan en lo que pueden hacer.
Se ponen de acuerdo y a la de tres, cada uno empieza a cantar con su sonido.
El burro, rebuzna iaaa iiiiaaaaaa. El perro ladra, guau, guauuuuuuuu. El gato maúlla, miau miua miuuuuuu y el gallo canta kikirikí, kikirikiíííí, todos juntos y a la vez, ioioooooo, guau, miauuu, kikirikiiiiiiiiiii
Entonces los ladrones al oír aquello se asustan y se van corriendo, dejando allí la comida y lo que han robado.
Los animales entran en la casa, como tenían hambre y cansancio, se comen la comida y se van a dormir.
El burro se marcha a la cuadra, el perro a la puerta de la calle, el gato se acurruca al lado de la chimenea y el gallo se va al gallinero.
Los ladrones comentan lo que había pasado en la casa y deciden volver para saber lo que ha ocurrido.
Al entrar por la cuadra el burro se pone a dar coces.
Salen corriendo y se meten en la casa, pero en la puerta, está el perro, que les ladra y les muerde en las piernas.
Por fin se meten en la casa, como está oscuro, ven algo que reluce al lado de la chimenea y se acercan creyendo que son las brasas de la lumbre, pero son los ojos del gato, que les araña y les bufa...
salen corriendo por la puerta del corral, y al llegar al gallinero escuchan un ruido y preguntan ¿quién hay aquí?
El gallo les contesta: Kikirikííííí kikirikí
y los ladrones entendierón
¡ya están aquíííííí! ¡ya están aquíííííí!, y pensando que les iban a coger, se marchan corriendo para nunca volver.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado y colorín colorete este cuento se fue a Escopete y de Escopete al Pozo, para que no se lo aprenda ningún mocoso."

miércoles, 13 de febrero de 2013

De los encargos

Nos cuenta Oti que cuando alguien de algún pueblo cercano iba a Puente del Arzobispo era costumbre encargar alguna pieza de barro (allí el barro lo trabajan estupendamente).
Un día uno le encargó un botijo a otro que iba para allá y cuando volvió le preguntó:
-¿Y mi botijo?
--Se me ha roto por el camino.
-Menos mal que no te lo pagué.
--Menos mal que no te lo compré.

Pep recuerda un cuentito de encargos que escuchó en Panamá.
En un pueblito costero un vecino embarcaba para ir a la capital y muchos le hicieron encargos, unos acompañaron los encargos con dinero y otros no. Lo cierto es que se marchó y cuando, al cabo de unos días volvió, fueron todos a buscar los objetos encargados, sin embargo el hombre no traía todos, y como alguien le preguntó el motivo de que así fuera, él dijo "nada más salir el barco del puerto me puse en cubierta a organizar todos los encargos que llevaba, puse los papelitos en una mesa y encima de cada papelito las monedas que me habían dado para pagar lo anotado. Sucedió que sopló el viento y aquellos papeles que no tenían monedas para sujetarlos... fueron arrastrados por el viento. Es por eso que sólo he podido traer los encargos que me hicisteis acompañados de dinero."

martes, 12 de febrero de 2013

Periquillo el de las Malas

Mercedes nos cuenta este cuento que le contaba a ella su tío, de Los Alares (Toledo). En el vídeo podéis escuchar el cuento tal como lo cuenta Mercedes y en el texto podéis leer una versión con algunos pequeños añadidos por Pep [entre corchetes los añadidos].


"Pues era un niño muy espabilado que desde muy tempranillo quería irse de casa porque quería buscarse fortuna y allí en el pueblo no hacía nada. Entonces el padre estaba diciéndole "pero Periquillo tranquilízate hombre, que todavía te queda tiempo" [pero él insistía] "que yo me quiero ir que yo me quiero ir..." Tan pesado se puso que dijo el padre "vale, te vas a ir" se cogió el hatillo [y el padre, antes de que se marchara, le dijo] "pero tienes que tener cuidado con tres cosas: el canto rollizo (que es el canto de río, el canto rodao), el perro rabón y el hombre rojo (el hombre rojo... me lo contaba mi tío, ahí hay algo pues él era del lado de derechas).
Entonces Periquillo dijo "pues venga, voy para allá". Con su hatillo, marchó por el monte, y se encuentra un río, y se acuerda de lo del canto rollizo. Ve la piedra y dice "pues ésta la salto", coge carrerilla y ¡pim! [y llega] al otro lado del río. Perfecto, ni se cayó, ni se salpicó ni nada y dice "pues esto no es tan difícil".
Continúa Periquillo y según cruza el río oye venir a un perro con rabia, que a eso lo llamaban perros rabones, a los que tenía rabia. Periquillo que le ve venir, según le ve venir coge un palo que encuentra al lado y ¡pam! en todo el morro, [y] el perro, desapareció.
Sigue su camino y se encuentra a un señor [que era el hombre rojo pues iba vestido todo de rojo], y claro, Periquillo llevaba tiempo caminando y dijo "pues aquí hay que buscarse la vida para sacar dinerillo y haber qué sucede". Total que Periquillo se va hacia el señor y le dice el señor "¿quieres trabajar aquí?" y dijo Periquillo "pues mira, sí, venía en busca de fortuna y eres con el primero que me he encontrado y vengo a trabajar aquí". [Y el hombre le dice] "pues no hay ningún problema porque aquí tenemos campo y trabajo para aburrir". Y dijo Periquillo "pues yo estoy predispuesto no, aquí me tienes con toda mi alma". Se pone a trabajar y [el hombre rojo] dice "una cosa Periquillo te voy a decir, si te enfadas no te pago, con todo lo que hagamos y con todo lo que curremos. Si tú te pones a currar y te enfadas por cualquier cosa yo no te pago, pero, si por el contrario, me enfado yo, te doy el jornal de un año". Y dijo Periquillo "bueno, me parece bien, ¿por qué me voy a enfadar?"
[Al día siguiente comienza a trabajar y el hombre de rojo le dice] "tienes que llevar Periquillo estos sacos a aquella zona de allí durante todo el día". Mira Periquillo a los sacos y por lo menos había quinientos sacos. Y dice Periquillo "vale vale, voy pa'allá". Saco pa'allá, saco pa'cá, pim pim pim todo el día, todo el día... Periquillo estaba ya [muy cansado pero se dice] "bueno, no pasa na". Y le dice el hombre de rojo "¿Qué tal Periquillo, va bien?" [y él responde] "va bien, va bien".
Al día siguiente [el hombre de rojo le dice] "¿ves estos campos? -no le alcanzaba la vista para ver todo el campo- tienes que labrarte todo estos campos y no tenemos tractor, Periquillo, a mano, lábrate hasta donde te llega la vista". [Y dice Periquillo] "pero señor es que no me va a dar tiempo" [y el hombre de rojo le pregunta] "¿te enfadas Periquillo?" [y Periquillo responde] "no, pero no me gusta, eh, no me gusta." Y dice Periquillo "verás, voy a labrarlo pero voy a hacerlo mal". Y pim pim pim el Periquillo se puso y claro, terminó [en un momento], fue con la azada, se dio un paseo [haciendo unos agujeros por aquí, otros por allí, pero sin cansarse mucho, hasta que] dijo "ya está". Y [el hombre de rojo] dijo "¿cómo que ya está?, ¿cómo es posible? Voy a verlo". Se asoma el hombre y dice "Periquillo, esto no es lo que te he dicho yo", "¿se enfada señor?", "no, pero no me gusta nada, eh, nada me gusta".
[Al día siguiente el hombre de rojo le dice] "pues ahora me lo siembras", y dice Periquillo "vale". Cogió [Periquillo la azada], hizo un surco de aquí hasta allí, cogió la simiente [y la echó toda junta en el surco] (ya sabéis que hay que hacerlo con mimo), cogió el saco y venga la simente pa'cá, la simente pa'llá... [hasta que vacía el saco en un momento y dice] "¡ya señor!" [y él responde] "¿pero cómo es posible, Periquillo?" [mira al campo, mira al muchacho y dice] "¡Periquillo no me gusta lo que has hecho!, esto ya es imperdonable, ¡toda la simiente que tenía yo para sembrar este año...!", "¿se enfada señor?", "sí, me enfado", "pues págueme", "por supuesto, toma". Pues todo lo que había hecho en cuatro días... y el jornal de un año que se lo lleva.
Y dice Periquillo "he triunfao, yo creo que ya [me puedo ir] y seguir la vida" y se encuentra con un gigante (esto era ya como la última prueba). El gigante le mira a Periquillo y le dice "bueno qué -después de una charla- ¿curramos juntos?, ¿trabajamos juntos?", "pues vamos a trabajar juntos". Para Periquillo esto era como el último reto y se dijo "pues vamos a currar con el gigante".
Se ponen a currar, mano a mano, y el gigante dice "vamos a por leña para hacer fuego para casa", "¡muy bien!". Coge el gigante una encina [la arranca y] ¡pumba!, se la carga al hombro; y según caían las ramicas, Periquillo recogía todas las ramitas y se las cargó el Periquillo. [Éste iba] que no podía con el alma y el gigante que le mira y se dice "este no me aguanta dos días, el pobre hombre, está de lao". [Periquillo mientras tanto con la carga empieza a jadear/gemir] y le dice el gigante "¿Periquillo, gimes?" y le mira el Periquillo y dice "es que en mi pueblo el que no gime, no es un hombre". El gigante [que lo oye se pone a jadear] (el gigante no era muy listo, la verdad) y se decía "jodó con el Periquillo, al final este..."
Al siguiente día [el gigante] se pone a coger encinas y dice Periquillo "yo tengo que hacer algo aquí porque como nos pongamos a coger encinas es que [me va a descubrir]". Se pone a atar encinas así con una soga, como quince encinas, se pone así con la cuerda, mira al gigante y éste le dice "¡Periquillo a comer!", "espera, espera", "Periquillo que hay que comer, venga bájate", "espera que voy a tirar...", "Deja ya esas encinas hombre, ya las sacaras todas de [un solo golpe] en otra ocasión". El gigante se decía [asustado] "madre mía que me va a sacar quince encinas de golpe... ¡Vámonos a comer, Periquillo, vámonos a comer". Periquillo dice "me he salvao, otra prueba más que [he pasado]".
El gigante ya mosqueao diciendo "no puede ser que este tío tenga tanta fuerza... venga, vamos a hacer otra apuesta" y dice el gigante "Periquillo, te hago una apuesta, porque esto no es normal, no puede ser que tengas tanta fuerza. Te hago una apuesta: ya aquí tengo una barra de hierro, voy a lanzar la barra de hierro, si tú lanzas la barra de hierro más lejos que yo pues de ti se hablará por los rincones de la tierra, porque últimamente me estás dejando sorprendido Periquillo, y te puedes buscar la vida tranquilamente." Cogió la barra el gigante y ¡ffffiiiiiuuuuuu! ¡madre mía!, la barra ni se la veía. Y se dice Periquillo "a ver cómo narices hago yo esto". "Venga Periquillo, coge la barra." Coge la barra, que apenas podía con la barra y le dice [el gigante] "¡qué!, Periquillo, vamos, ¡lánzala!" Y dice Periquillo [mientras toma impulso con la barra] "barra barra, irás a Francia, y te clavarás en la barriga de una mujer que tiene mucha panza." Dice [el gigante] "¡NO! Periquillo, no, que es mi abuela, no la lances, no la lances. Barra no, déjala, deja la barra", y sigue el gigante "ya la última, ya la última y sigues tu recorrido: vamos a coger una piedra y vamos a intentar lanzarla lo más lejos que podamos" (una piedra no podía hacer mucho daño a la abuela si la daba). Coge la piedra el gigante y ¡ffffiiiiuuuu!, si la barra se perdió la piedra ni te digo, ni se veía. Entonces Periquillo coge de un nido un mochuelo (los mochuelos son pajarillos negros), se lo mete al bolsillo [y cuando el gigante dice] "te toca Periquillo", coge Periquillo [el pájaro del bolsillo, lo lanza y] ¡¡ffffiiiiuuuuu!!, claro, el mochuelo salió volando [hasta desaparecer de la vista]. El gigante dijo "Periquillo, me has ganao, estás preparado para el día a día, para la vida y para lo que haga falta". Total, que Periquillo siguió su camino buscando fortuna, dándose cuenta que había superado todas las pruebas y más de las que le habían aconsejado en su momento. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado."


Nota. Podéis encontrar una variante/arquetípica de este cuento en Cuentos al amor de la lumbre, de Antonio Rodríguez Almodóvar, en Anaya. Es el cuento nº 64 "Pedro el de Malas", dentro del grupo de cuentos de pícaros.

domingo, 3 de febrero de 2013

Los pendientes del diablo


Lo contaba mi abuelo Antero a mi madre Cristina cuando tenía 9  años (1956) en un viaje que hicieron a Segovia.

“Me contaba mi padre que a la vez le habían contado a él cuando era pequeño por qué en Segovia faltan dos de los sillares del acueducto y están en Brea. A la salida del pueblo se ven [veían, los quitaron al hacer la ampliación de la carretera] dos piedras grandes a cada lado del camino de un pedernal fuerte, llamados los pendientes del diablo [al paraje se le denomina así a pesar de la desaparición de las emblemáticas piedras].
Hace muchos, muchísimos años, cuando los romanos estaban en España, ellos eran muy aficionados hacer grandes obras, circos, teatros, anfiteatros,  y una de las obras era hacer un acueducto para transportar el agua desde el río a la ciudad. Por aquel entonces no había ni grúas ni camiones y la piedra la tenían que transportar a mano. Y resulta que ya estaban los soldados hartos de llevar piedras de allá para acá y duro que te pego, pero les mandaron a un general o centurión, para obligarles a por más piedras y por más que les mandaban pues no llevaban toda la necesaria, necesitaban tanta que ya tenían que ir lejos a por ella, fíjate si sería lejos que pasaban por aquí (Brea).
Estaba el centurión una noche sentado a la puerta de su casa cuando se le apareció el diablo Sisebuto y le dijo: - ¿Qué te pasa que andas tan cabizbajo?
A lo que el centurión contestó: - Me han mandado construir un acueducto en Segovia y mis soldados se ha revelado y no quieren trabajar, y si no lo construyo me van a decapitar.
- Yo te lo puedo construir en una noche-
-- ¿qué me pides a cambio?
- Tu alma. Yo construyo el acueducto en una noche y tu me das tu alma.
El centurión le dijo que no, que no le podía entregar su alma y el soldado se fue. A la noche siguiente estaba otra vez el centurión pensativo y volvió a aparecer de nuevo el diablo Sisebuto ofreciéndole el mismo trato. Esta vez se lo pensó un poco más el centurión y le dijo que tendría que ver cómo pasaba el agua por encima del puente para hacer el trato, y esta vez fue el diablo el que no aceptó.
Llegó la tercera noche y el centurión estaba tan desesperado que finalmente aceptó el trato quedando en que no le tendría que entregar el alma al diablo si no lo tenía terminado en una noche, concretamente antes de la salida del sol del día siguiente. Contento con el triunfo que iba a conseguir Sisebuto al quedarse con el alma del romano, se fue el diablo al infierno y reunió a todos los diablillos y les dijo:
-Hemos de construir un acueducto en Segovia en una noche, por lo que necesito de todos vosotros para traer y tallar las piedras de toda cantera abierta.
A los diablos no les gustaba mucho el trato, pero sabían que no tenían más remedio que obedecer. Cuando llegó la noche cada grupo de diablos fue a buscar las piedras a la cantera que conocían, los más espabilados se llevaron la piedra de la cantera más cercana y fueron mandando a los más ignorantes a las más lejanas, recomendándoles que estuviesen en Segovia con las piedras antes del amanecer porque no podían trabajar de día.
A un diablillo menos espabilado le fueron dejando el último para que llevara las piedras y viendo el pobre que se le hacía tarde cogió dos piedras que había sin tallar ni nada y con una en cada mano salió corriendo hacia Segovia, pero como pesaban mucho y de vez en cuanto tenía que parar a descansar, retrasándose en su viaje.
Ya había pasado mi pueblo y había subido la cuesta desde donde se divisa la Sierra de Altomira cuando detrás de los cerros vio salir los primeros rayos del sol y Sisabuto dijo:
- ¡Canto queda! Y donde le pilló la frase al diablillo soltó las enormes piedras y echó a correr hasta que llegó al infierno. Y así fue como quedaron en mi pueblo las dos piedras que faltan en el Acueducto de Segovia, y el diablo no se puedo llevar el alma del romano, porque no había cumplido el trato de tenerlo terminado antes del amanecer”.